sábado, 31 de enero de 2009

Lo que esperamos de un diccionario


Por lo general al comprar un diccionario esperamos que nos sirva para todos los casos, la visión más ortodoxa que se tiene de un diccionario es que se trata de un libro que puede resolver todas nuestras dudas y que nos sirve para toda la vida. Pero ¿es esto realmente posible?, al considerar el diccionario como un libro, caeríamos inmediatamente en cuenta: uno sólo no basta. Quien gusta de la narrativa, la poesía o el ensayo no se preguntaría ¿cuántos libros haría falta tener? Entonces, ocurre que le exigimos al diccionario demasiadas funciones, sin siquiera preguntarnos por la fecha de publicación de la obra, lo que no haríamos si se tratara de un ensayo sobre política o ciencias de la comunicación, por ejemplo.
Habría que plantearse cuál es el uso de un diccionario, es decir, para qué lo necesitamos, antes de caer seducidos ante el cintillo que envuelve el diccionario gritando: “reedición con más de 50.000 palabras agregadas”. Así comenzaríamos a entender que no existe un diccionario idóneo, útil en y para todos los casos. Aunque en principio el diccionario sea una obra de consulta, no todos los diccionarios son iguales y según sea el objeto de nuestra duda, o bien nuestro trabajo con el idioma, requeriremos un tipo de obra y no otra, y en el mejor de los casos diversos diccionarios.
Quienes elaboramos diccionarios consideramos diversos aspectos al editar una nueva obra e incluso al reeditarla. Entre estos está la vigencia o bien la temporalidad del conocimiento registrado. Todo diccionario registra el léxico de los usuarios de la lengua en un momento dado, en una determinada época, por lo que de poco le servirá a un usuario interesado en el léxico usual un diccionario publicado hace más de cincuenta años. Si, por ejemplo, el usuario quisiera resolver su duda sobre si se escribe “manager” o “mánager” lo más probable es que no encuentre este término registrado en un diccionario publicado hace medio siglo. Lo mismo ocurriría con un usuario interesado en la evolución o en la historia de las palabras. Por otra parte, al elaborar un diccionario, cuya ambición es aclarar dudas de la lengua, ha de existir un límite en el repertorio, por lo que aun siendo una obra abarcadora, no abarcará todo el léxico de un idioma. Eso sin considerar que, además, un idioma tiene variantes, piénsese en una lengua como el español que cuenta con más de cuatrocientos millones de hablantes.
Los lexicógrafos, lingüistas y editores que participan en la elaboración de diccionarios han de tener en mente no sólo el público al que va dirigida la obra, y el uso que harán de la misma, sino el enfoque que tendrá ese léxico escogido, es decir, bajo cuáles criterios será descrito: gramático, descriptivo, usual, fraseológico.
Si al escoger un diccionario valoramos, no solo la cantidad de palabras que contiene y el tipo de información que ofrece, sino también la calidad de las definiciones, la información gramatical, la información de uso de las palabras, los ejemplos contenidos en las definiciones, ello nos permitirá evaluar la utilidad de la obra, la vigencia e incluso la ideología subyacente en la misma. Son pues múltiples las opciones en la escogencia de diccionarios, puesto que su finalidad última es aclarar dudas. Para hacer un buen diccionario, así como para editar un buen libro, ha de saberse hacia dónde se va y en el caso de los diccionarios para qué se usará.

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